21 dic 2013

Blanca Navidad

Me pregunto qué pensará Jesucristo del circo que se monta en medio mundo con la excusa de su cumpleaños. Aunque la verdad es que, gracias al peculiar concepto de "libertad religiosa" que impera en Europa, cada vez se utiliza menos el nacimiento de Cristo como coartada para poder perpetrar el despropósito monumental en que todos nos vemos envueltos cada año.
Resulta que a los nuevos europeos les molesta sobremanera ver al niño Jesús aquí y allá. Y lo que es aún más lamentable, a los europeos con denominación de origen, les parece que no se debe ofender a la morería, a la judería, y al creciente número de ateos fashion que no pueden ni oler un belén.
Así que las autoridades, en su vergonzoso afán por finiquitar lo poco que queda de nuestra cultura, se han apresurado a eliminar todo lo que pueda parecer cristiano de estas fiestas. Desde las luces que adornan las calles, que son cada año más desconcertantes, hasta la denominación de las vacaciones del cole: en Asturias, sin ir más lejos, las vacaciones de Navidad han pasado a llamarse vacaciones de invierno, porque Navidad, como todo el mundo sabe, es un término discriminatorio y caduco.
Claro que, en cierto sentido, es lógico que se llegue al extremo de eliminar hasta el nombre de la Navidad. Porque esto que vivimos actualmente no tiene nada que ver con ella.
Resulta que, en cuanto los centros comerciales dan el pistoletazo de salida a la temporada navideña (porque son ellos quienes nos dicen qué tenemos que comprar, cuando y en qué cantidad, no nuestro sentido común, claro), la población estalla en una histeria colectiva inexplicable. Y la causa de la vorágine se resume en una frase:"HAY QUE COMPRAR". Hay que comprar mucho y a lo loco.
Hay que gastar lo que no tenemos en cosas que no nos hacen falta. Es muy importante. Porque es Navidad. Nadie se plantea qué tendrá que ver el nacimiento de Cristo con este comportamiento compulsivo, pero millones de personas actúan así. Año tras año.
Y ya está bien. Ha llegado el momento de reivindicar las Navidades tradicionales. Las fiestas en familia, cantando villancicos después de cenar, con una botella de anís y una cuchara. Los adornos navideños de toda la vida. El ritual entrañable de montar el belén entre todos. La serenata de los chavales pidiendo el aguinaldo. La mañana de reyes con un regalo sencillo para los niños. Un regalo sin wifi ni dualshock, pero un tesoro para ellos.
Tenemos que volver a nuestras raíces, a la Navidad de siempre. O al solsticio de invierno para los paganos. Pero la abominación de ahora tiene que desaparecer. O nos terminará devorando.

8 dic 2013

Memento

Los españoles hemos aprendido un montón de cosas nuevas en apenas unas décadas. Hemos aprendido a utilizar el inglés (hasta cuando no hace falta). A manejar la tecnología, las redes sociales y todas las aplicaciones móviles habidas y por haber, sobre todo las más inútiles. Hemos aprendido a hablar con propiedad de economía, aunque no sirva para nada. A utilizar expresiones políticamente correctas para no ofender a nadie, a pesar de haber llegado a un grado de buenismo y a una endofobia tan servil que produzca náuseas. Y hasta sabemos usar palillos chinos para comer. Ahora somos modernos y sabemos infinidad de cosas triviales. Pero se nos han olvidado todas las cosas importantes.
Se nos ha olvidado que un hogar puede salir adelante sin dos coches, dos consolas y una bañera con hidromasaje. Que los niños deben jugar en la calle y con otros niños. Que es más importante el honor de cada uno que su cuenta bancaria.
Se nos ha olvidado que un niño sin disciplina será un joven degenerado, y un adulto débil. Que hay que exigir esfuerzo y excelencia en lugar de victimismo y mediocridad.
Se nos ha olvidado que la familia es la base de nuestra cultura. A los hombres se les ha olvidado ser hombres. Y ya nadie recuerda qué es ser una mujer.
Se nos ha olvidado cómo vivía la gente antes de que la tele dictara sus normas de vida. Se nos ha olvidado lo que es la libertad, el compromiso y el valor. Hasta se nos ha olvidado lo que es el amor.
Se nos ha olvidado lo que era que tus vecinos te conocieran y se preocuparan por ti (a veces, demasiado). Que las tiendas del barrio fueran españolas y todos los tenderos te llamaran por tu nombre. Hasta se nos ha olvidado cocinar como nuestras abuelas.
Pero lo más triste de todo, es que se nos ha olvidado nuestra propia sangre. Ya no tenemos Historia. La han falsificado, distorsionado, amordazado. Hemos olvidado a nuestros héroes. Hemos olvidado quiénes somos.
Por eso a los patriotas no nos entiende nadie. A nosotros, cada latido del corazón nos recuerda que no podemos dejarnos vencer, nuestra sangre nos llama. Y eso, entre tanto amnésico, es gritar en el desierto.