4 oct 2014

Leones y borregos

Madrid, jueves tarde. Una riada de universitarios inunda las aceras de la calle Princesa, a la altura del intercambiador. A 40 metros sobre sus cabezas, una imponente Minerva les da la espalda, desde lo alto del Arco de la Victoria.
Y menos mal, porque si la diosa de la guerra fuera testigo del desfile de niñatos afeminados que revolotean a sus espaldas, haría pasar su cuádriga sobre todos ellos: apocados, embobados, ñoños, horteras, pusilánimes, ... débiles.
Vivimos en un país en el que a los jóvenes no les importa pasar una noche entera en pie, mientras tengan drogas y alcohol (o estramonio), pero que no son capaces de ponerse de pie en el metro para ceder su asiento a una anciana. No digamos ya, ponerse en pie al escuchar el himno nacional. De pena.
¿Cómo hemos pasado de la juventud que salió de Atocha en 1941, vital, valiente, alegre, dispuesta a cruzar Europa sonriendo para enfrentarse al terror rojo, a la juventud de 2014, apática, cobarde, indolente, cuya idea de revolución se limita a su foto de perfil en una red social? ¿cuándo se han convertido los leones en borregos?
Miro hacia otras "culturas" y veo jóvenes salvajes, brutales, crueles. Viviendo en regiones del mundo donde la vida humana no vale un pimiento. Habituados a seguir la ley del más fuerte. Y según esa ley universal, nuestros chavales son lo más blandito de este planeta. Si algún día se produjera un choque entre ellos, los nuestros no sólo no tendrían ninguna posibilidad, sino que ni siquiera ofrecerían la más mínima resistencia.
Con lo que hemos sido...
Ahora que se acerca el aniversario de la Batalla de Lepanto, pienso en lo poco que tienen que ver nuestros muchachos con los jóvenes de aquella España.
En Juan de Austria, que con 24 años ya era  vencedor de las Alpujarras. Ahí es nada.
Capaz de sofocar la rebelión de aquellos moriscos que ni querían hablar castellano, ni aceptaban nuestras costumbres (¿de qué me suena esa actitud?), y que además colaboraban con los sanguinarios piratas turcos que asolaban nuestras costas.
O el joven Cervantes, que a los 24 años ya había tenido que salir pitando de España por escarmentar a un bocazas que había faltado al honor de su hermana. Y que en cuanto pidieron voluntarios en la Liga Santa, para dar una patada en el culo al turco, no se lo pensó un segundo.
O todos los jóvenes que luchaban con los Tercios, todos los caballeros que aguantaron en Malta, todos los soldados que combatieron al turco en el Mediterráneo...
Hoy nuestra juventud se lamenta de haber expulsado a los moriscos y no entiende por qué fuimos a molestar a los pobres otomanos. Piensan que debimos buscar otra forma de entendernos.
Muy probablemente, los cristianos que fueron quemados vivos durante el levantamiento de las Alpujarras, tenían otro punto de vista.
O el gobernador de Famagusta, que tras firmar la paz con los turcos, tuvo que ver cómo éstos se pasaban lo acordado por el forro y aniquilaban a toda su población, para luego desollarlo vivo, rellenar su piel con paja, y que así el sultán pudiera exponerla en los salones de su palacio. Las otras culturas y sus particulares gustos en decoración...
Los miles de esclavos cristianos que los turcos arrebataron de su tierra tampoco serían partidarios de la solución pacífica y "civilizada". Esos sí que sufrieron la represión en sus carnes, y no el puñetero "Alfon".
Pero esa gente y su sacrificio dan igual. Nada que no salga por la tele importa ahora. Con la juventud española sólo se puede hablar de series de moda, de programas de máxima audiencia o de redes sociales. Cuando sacas el tema de la Historia, o de la crisis de valores que está desangrando a Europa,  todos ponen cara de: "no me aburras", y desconectan de la conversación.
Así que espero que sea verdad eso que dicen de que en realidad el Islam no amenaza a Europa, que todo es un truco de Sión para confundirnos. Porque como a los morubes les de por intentar recuperar Al Ándalus, aquí en dos días está todo el mundo rezando a la Meca.
Aunque eso es algo que algunos no veremos nunca, porque va a tener que ser por encima de nuestros cadáveres.

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