Las feministas llevan décadas cacareando que siempre hemos
estado reprimidas por los hombres, que somos sus esclavas. Que tenemos que ser
iguales que ellos. Igualdad. La famosa palabrita. La palabra imposible.
En realidad no quieren igualarse a nadie. Quieren que nos
enfrentemos. Que cada vez haya más discordia. Menos complicidad, menos apoyo
entre hombre y mujer. Menos familia y más “YO”.
En Europa, la mujer nunca ha sido insignificante. Y menos la
mujer española. Ya los cronistas romanos hablaban de las íberas altivas y
respondonas. La Reconquista tuvo muchas mujeres protagonistas. Desde reinas y
nobles hasta defensoras anónimas de sus hogares frente al invasor. La Historia
de la Conquista de América está plagada de nombres de mujeres españolas: Mencía
Calderón, María de Estrada, Isabel Barreto, Catalina de Erauso,… ellas y
cientos de mujeres que acompañaron a aquellos aventureros españoles en la mayor
gesta que han visto los siglos.
Siempre hemos estado presentes. Desde las numantinas que
eligieron morir antes que perder la libertad, hasta las enfermeras de la División
Azul que marcharon voluntariamente a socorrer a sus compañeros que luchaban en
el Frente del Este; pasando por las madrileñas que se lanzaron a la calle un
Dos de Mayo para pelear con uñas y dientes contra el invasor. Presentes.
Hombres y mujeres. Un pueblo.
No podemos reclamar ser iguales que los hombres porque no lo
somos. Ni queremos serlo. No nos oprimen los hombres, nos oprime este sistema.
Un sistema que enarbola la bandera de la igualdad mientras discrimina a todo un
pueblo en su propia tierra. Que habla de libertad mientras nos esclaviza a través
de una élite económica voraz y un pensamiento “políticamente correcto”
enfermizo y condescendiente. Un sistema que reclama fraternidad mientras
fomenta el conflicto fratricida entre regiones.
La solución no es la guerra de sexos. Es la guerra al
sistema. Hombres y mujeres debemos recuperar nuestra libertad. Nuestro sitio. Y
terminar con este sistema antes de que él acabe con nosotros.
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