11 mar 2014

10 años



Aquel jueves Madrid quedó paralizado. Sobrecogido. El horror golpeaba con tal fuerza, que toda la ciudad estuvo conmocionada.
Quizá eso explique la reacción de los madrileños, no en los bancos de sangre, que quedaron saturados en pocos minutos, sino en la calle.
En otro tiempo, España se habría echado a la calle con rabia. El golpe recibido habría tenido respuesta violenta y contundente. No habría importado saber quienes eran los asesinos, los españoles habríamos respondido con furia. En otro tiempo.
Pero no pasó nada.
 Manifestaciones con manos blancas y pancartas hablando de paz. Después de la mayor matanza terrorista sobre nuestro suelo. Un pueblo de corderos.
Corderos a merced de aquellos que planearon y ejecutaron la masacre. A merced de quienes la encubrieron y la olvidaron. Corderos dóciles y obedientes.
Por eso quienes piden justicia son vistos como agitadores, como intolerantes. Como lobos.
Los sucesivos gobiernos han ocultado y manipulado pruebas, han mentido. Han puesto de manifiesto que ellos también son criminales. Esconder la verdad les convierte en cómplices. Y no quieren que el pueblo recuerde aquella sangre y pida justicia. No quieren que España despierte. Temen la venganza de los lobos.

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