12 nov 2014

La opinión de la mayoría se fundamenta básicamente en lo que salga por la tele. Esto es así. Aunque lo que digan sea una idiotez soberana, parece que dicho en labios del gran Wyoming o de Jiménez Losantos, todo cobra sentido.
La tele, la radio y las redes sociales son dios. Tienen el superpoder de la hipnosis y son capaces de llevarnos a hacer cualquier cosa, desde votar en un referéndum de chichinabo hasta ponernos bragas rojas en Nochevieja. Nadie está a salvo de su hechizo.
Millones de personas obedecen a los medios. Y los medios, cómo no, obedecen a sus amos, que son quienes están más interesados en mantener el borreguismo reinante. Y todo esto lo hacen de una forma endiabladamente infalible: nos hacen creer que tenemos toda la información a nuestro alcance. Que existe libertad de expresión y que aquí todo el mundo puede decir públicamente lo que quiera. Así que el españolito medio vive creyendo que se ha formado su propia opinión.
Pues nada más lejos de la realidad.
La opinión pública funciona exactamente igual que un guiñol infantil. Estamos todos atentos al espectáculo, como los niños pequeños, riendo y gritando según se desarrolla la función, coreando las consignas que nos dicen las marionetas. Estamos tan embobados con los títeres, que se nos olvida que a los personajes los manejan siempre los mismos. Que quien da vida a la bruja malvada con una mano, representa al valiente caballero con la otra.
Hace unos años nos hicieron la trece catorce con el cuento del 15M. Todo el mundo creyó que había estallado la revolución y que el sistema tenía los días contados. Resultó que la revolución, en lugar de estallar, se fue desinflando como un globo y que los perroflautas de la Puerta del Sol eran un nuevo tipo de marioneta del sistema: la válvula de escape del descontento popular.
Ahora están haciendo la misma jugada con el flamante "antipartido". Han puesto al señor de la coleta en todos los canales, desde la Sexta hasta Intereconomía. Horas y horas de propaganda intensiva y demagogia de parvulario, hasta que se ha convertido en el jefe del garito. La pesadilla de la casta para unos y el demonio rojo para otros.
Y estamos todos tan ensimismados con este nuevo truco que nadie ha caído en la cuenta de que seguimos mirando un guiñol. Que Podemos está donde está porque lo han puesto ahí los mismos que dirigen el sistema.
A nosotros no nos dan espacio en ninguna televisión. A los nacionalistas antisistema no nos entrevistan ni nos invitan a ningún debate. Las escasas ocasiones en que un representante de algún grupo identitario ha podido salir en antena, han sido apariciones fugaces, o se ha cortado "casualmente" la emisión justo antes de su intervención. Por no hablar de los gloriosos reportajes de investigación, con sus cámaras ocultas, sus frases sacadas de contexto, sus imágenes mezclando churras con merinas y su música de película de miedo. Todo un ejemplo de objetividad. Así es lógico que no exista el "movimiento nacionalista". Los únicos antisistema que hay, son los que dice la tele.
Pero una criatura del sistema jamás puede representar una verdadera amenaza para su amo.
Este sistema no tiene arreglo. No vale cambiarlo, ni reformarlo ni darle una mano de pintura. Tiene que caer desde sus cimientos. Y obviamente, no va a ser demolido por una de sus creaciones. Y tampoco va a desaparecer de la noche a la mañana, de forma ordenada y pacífica, ni por la presión popular, ni mucho menos por retwitear una frase ingeniosa.
Este sistema no es de izquierdas ni de derechas. Para sus dueños no existen fronteras ni leyes, y sólo responden ante la bandera del oro. Ellos inventaron esta democracia de pacotilla y no tiene sentido que pensemos que podemos derrotarlos jugando con sus reglas. La "política real" de los partidos del área es admirable y necesaria. Y todo aquel que se considere patriota debe colaborar con estos grupos. Pero no podemos olvidar que a los de la poltrona no los vamos a echar siguiendo sus normas. Que para que esto acabe, hay que actuar un poco más a la española y mandar los títeres a hacer puñetas.

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