19 oct 2013

Locura

Resulta cómico presenciar la reacción de la gente cuando se hace alguna afirmación políticamente incorrecta.  Al principio suelen sonreír, pensando que lo que acaban de escuchar no ha podido decirse en serio. No puede ser que alguien esté contra la inmigración y lo diga sin tapujos, o que una mujer inteligente critique al feminismo y afirme que el aborto es un crimen. No puede ser que una chica tatuada hasta las muñecas y con el pelo de colores hable con orgullo de su Fe católica y desprecie a la Iglesia. Y por supuesto, nadie en sus cabales se plantea los dogmas históricos que vertebran la sociedad moderna. Eso es imposible. Tiene que ser broma.
 Pero cuando descubren que no es así y que además dispones de argumentos de peso para rebatir cualquier frase típica, cualquier mito, la cosa ya no les hace gracia. Entonces te dicen que lo que pasa es que eres fascista. Menuda sorpresa. Como si con esa denominación quedara desmontado cualquier razonamiento. 
Y a partir de ese momento, en el trabajo, en clase o donde quiera que hayas tenido el atrevimiento de decir lo que piensas, todos pensarán que has perdido la cabeza. Eres demasiado radical. Te juegas el tipo yendo a actos a los que acude gente malvada. Lees libros que no venden en el corte inglés, hablas de gente que no sale por la tele y tus ídolos son terribles criminales. Eso es que no estás bien. Y es una pena que alguien tan agradable como tú se pierda por esa locura. Una pena.
 Pero ellos no entienden que lo que da pena es esta sociedad. No entienden que tu locura no te permite quedarte mirando mientras todo se va al garete. Que aunque te juegues la cara, las leyes estén en tu contra, y te estés complicando la vida, no existe otro camino. Porque esta locura es la que te hace ser diferente a la masa, la que te anima a seguir peleando, la que algún día nos llevará hasta la victoria.

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