7 oct 2013

Otro manco inmortal

Ya era la tercera vez que Miguel se presentaba ante su capitán y pedía permiso para ocupar su lugar en cubierta. Y como en las dos ocasiones anteriores, su petición había sido denegada:"Las fiebres lo tienen consumido, pardiez. ¡Vuelva a su catre y deje de dar la tabarra, soldado!"

Así que al joven no le quedó más remedio que dar media vuelta y volver al reposo, mientras maldecía su mala suerte. Se había alistado en el Tercio para morir peleando contra el turco en el mar, no contra la malaria en la cama.

Y entonces sonó el primer cañonazo. Y tras él, otra descarga. Y Miguel escuchó los gritos de sus compañeros en cubierta: "¡SANTIAGO!¡ESPAÑA!". Y saltó de su catre como un rayo. Se plantó en cubierta y miró a su capitán. Pero sus ojos ya no ardían por la fiebre. Estaban encendidos por la rabia, por el afán de entrar en combate y luchar por su Fe y por su honor. Así que a su capitán no le quedó más remedio que enviarlo al abordaje de una galera turca con un puñado de soldados.

Y Miguel saltó sobre la nave enemiga con tal arrojo, que los turcos no fueron capaces de detenerlo ni a tiros. Peleaba como un fanático. Aún después de haber recibido dos disparos en el pecho, su corazón seguía latiendo furioso y él seguía batiéndose como un demonio cristiano. Tampoco un tercer disparo en el brazo izquierdo consiguió frenar al joven complutense. Hasta que, finalmente, la galera turca rindió sus armas.

Todo había terminado. 600 naves y 200.000 hombres lucharon a muerte en aquel mar teñido de rojo. El turco había recibido escarmiento en su propia casa. Y Miguel se recuperaba de sus heridas. Pero no sería ésta la única hazaña que lo convertiría en español inmortal. Claro que esa, es otra historia.


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