17 jul 2014

Dies Irae

Todos los años por estas fechas,  cuando comienzan a escucharse  protestas al Altísimo a causa del calor achicharrante, no puedo evitar recordar que hace 800 años, bajo este mismo sol inclemente, nuestros antepasados se batían a muerte contra el moro en un rincón de Jaén.
Todos los años pienso en aquella batalla crucial. En san Isidro echando un cable a los cristianos. En aquellos soldados infatigables. En la impresionante carga de los tres Reyes. En el calor insoportable que debía hacer en Las Navas de Tolosa aquel 16 de julio. Y en lo poco que se merecen todos los que pelearon aquel día que ahora estemos como estamos.
Porque cuando una empieza a ser consciente del circo que nos rodea, de lo bajo que hemos caído y del tiempo que hace que la Justicia se marchó de este mundo, recordar lo que tienen que estar pensando aquellos que fueron capaces de gestas como la de aquel día, es francamente sangrante.
Es entonces cuando la imagen del día del juicio final comienza a resultar atractiva. Pensar en que llegará un día en que todos responderemos de nuestros actos, ayuda a mitigar la rabia.
Obviamente, algunos están sentenciados a pasar la eternidad cociéndose en la cocina del infierno, por muchos argumentos que quieran presentar en su defensa ante Dios. Asesinos de niños, violadores, desalmados, genocidas... pero genocidas de verdad, de esos que han sido auténticos maníacos y gozan de las simpatías de este mundo moderno, el mismo mundo que llama genocidas a los héroes. Esos héroes nos esperan al otro lado. Porque Dios está con nosotros y a Él no le engaña la propaganda. Es lo que tiene ser Dios.
Sin embargo hay muchos millones de tontos útiles, de perezosos intelectuales para los que Dios no tendrá reservado tan terrible destino. Ya se sabe, es misericordioso y todo eso. Así que supongo que después del Día de la Ira, muchas feministas vociferantes se quedarán mudas cuando se encuentren con la reina Isabel de Castilla o con Mencía Calderón. Y a ver todos esos maricomplejines que opinan que la Conquista de América fue un abuso, cómo se lo explican a Cortés o a Pizarro. O qué cara pondrán todos esos borroquillas libertarios cuando conozcan a Blas de Lezo, sin brazo, sin ojo y sin pierna, pero más vasco y por supuesto más bragado que todos ellos juntos. Igual que los miles de fanáticos de la bandera tricolor cuando estén frente a Muñoz Grandes. ¿Y los defensores de la alianza de civilizaciones? Todos esos pelotilleros del Islam, los palmeros de los líderes bolivarianos, los amiguitos de los saltadores de la valla de Melilla ¿dónde correrán a esconderse cuando se encuentren con Cervantes, con Álvaro de Bazán o con Alfonso VIII?
Soñar con el Día de la Ira es bastante reconfortante de vez en cuando. Aunque no se nos puede olvidar que nosotros también rendiremos cuentas ese día. Así que no todo puede quedarse en soñar, porque si no espabilamos y hacemos algo por cambiar el panorama, seremos nosotros los que pasemos la vida eterna recibiendo collejas de todos los españoles inmortales.

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