22 nov 2013

  Todos aquellos sentimientos que nos abordan a cada una de nosotras diariamente; nuestros sueños y esperanzas, nuestro sufrimiento y sacrificio, y desde luego nuestro odio e impotencia. Sentimientos que con el tiempo han forjado nuestro gran valor y férreo compromiso, naciendo de esta forma nuestra propia identidad y cometido. Sentimientos arraigados por una inquebrantable fe, la fe en nuestra familia, nuestra raza y nuestra nación.

  Esa arraigada fe es la madre de nuestra causa, aquella que nos impulsa a luchar por restablecer los verdaderos valores de la mujer, por que se reconozca en la sociedad nuestro papel como madres de familia, creadoras de vida y pilar fundamental en la perpetuación de nuestra raza, como esposas, fieles compañeras y amigas. Y como no, también en nuestro caso, como valerosas trabajadoras, luchadoras y activas camaradas en la lid por el bien y conservación de todo aquello que amamos y respetamos.



  Desgraciadamente, en nuestra sociedad todos esos valores se han visto desprestigiados y finalmente y a nuestro gran pesar, abolidos por completo, gracias a un sistema capitalista en el cual el único valor inculcado es el culto a la codicia por lo meramente material. Se ha pasado de sacrificar la fastuosidad económica por la creación y bienestar de la familia a sacrificar a esta por el simple anhelo de bienes y ganancias, frustrando de esta forma el destino de nuestra raza, y en consecuencia nuestra cultura y nación.

  Aunque es cierto que aún hay gente dispuesta a luchar para que eso no ocurra, gente que creemos en el resurgir de nuestro pueblo, en que algún día lograremos forjar una nación de la que no haya nada que avergonzarse ni ningún motivo por el cual agachar la cabeza, solo sentimientos de orgullo y grandeza.  Muchas de esas personas somos mujeres, desgraciadamente demasiadas veces en un injusto segundo plano, mujeres dispuestas a dedicar nuestra vida a una noble lucha, a trabajar duro por nuestra causa y a no rendirnos jamás.

  A todas vosotras, camaradas, que lucháis desde el anonimato, sin reconocimiento ni gloria, sin descanso ni rendición, que no decaéis, que seguiréis ahí, dándolo todo día a día, desde esa soledad que todas conocemos demasiado bien, sois merecedoras de reconocimiento y admiración. Aún nos queda mucho por lo que pelear y aún hay demasiadas cosas que merecen nuestro esfuerzo y sacrificio. Y llegará un día en el que descubriremos que nuestra lucha no está siendo en vano, hasta entonces debemos sentirnos orgullosas de quienes somos y seguir adelante. Algún día todo el esfuerzo habrá merecido la pena.


   Elsa.

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