22 feb 2013

Llamada al amor


Español que has nacido en esta bendita tierra
navegas ante Dios entre dos aguas
entre la España que la hiere
y la España que la quiere.

De esta querida Patria mía
que a veces desata su ira
sobre mis tormentos y desdichas
cuando se encuentra desunida.

Con su pasado glorioso
bañado en hazañas y mil batallas
curtidas sobre un monte altísimo
floreado de valentía, señoría y hombría.

Noble es tu cuna bendita
llena de inmensa santidad
estampada a sangre y fuego
sobre su bandera roja y amarilla.

Manifiestas tu grandeza a través de su historia
repleta de generosidad sobre tu piel soleada
lanzada al aire como una chicuelina
bordada en oro esperando la batalla.

Con todas sus sombras y pesares
siempre estás navegando al acecho
entre sus tierras y sus mares
pensando en tus miras celestiales.

Un sin fin de ermitas bendicen
tu profundo amor mariano
a nuestra querida Virgen Bendita
cuyo manto protege dulcemente tu destino.

Con mis penas y tristezas
arrastro mis pies sobre ella
implorando a Dios clementísimo
que siempre nos guarde de un rencor herido.

Ahogo mis angustias y temores
escondiendo mi corazón aturdido
entre la piedad de tus flores
bañadas con un rocío de misericordia y ternura.

Porque mi nación es España
su tierra y sus gentes mi morada
mientras los rayos de tu majestuoso solio
alumbran el despertar de nuestra mirada.

Porque en España se encuentran
mis heridas y gangrenas
mi alma y mi alegría
mis dolores y mis espinas.

Porque en España sentiré
el amor que emanan sus fuentes
sobre la sangre de mi abrasado corazón
como un humilde penitente.

Porque en España estaré
con la mirada puesta hacia el frente
como un valiente guerrero
pensando en Dios hasta la muerte.

Porque al final mi España, amado mío, siempre estará a tu lado
ya que al contrario que una avispada avestruz
no ocultará su ala bajo el madero
sino frente a el arrodillado hará la señal de la cruz.

En mis últimas voluntades
solo deseo agradecerte
todas las gracias que me has concedido
de alumbrar en España la patria de mi alma sin haberlo merecido.
 


José Miguel de Lepanto

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