26 feb 2014

La pena, la culpa y el orgullo.

Resulta sorprendente todo lo que se puede conseguir dando lástima. Provocar en el prójimo un sentimiento de culpa garantiza unos resultados magníficos, incluso cuando el prójimo en cuestión no es culpable de nada.
Por ejemplo, un pueblo puede engañar, manipular, esclavizar y asesinar descaradamente sin ninguna consecuencia, siempre que haya convencido a los demás de que ha sufrido terriblemente por su culpa. Entonces, tiene carta blanca.
Y a nosotros llevan siglos haciéndonos creer que somos un pueblo de genocidas despiadados.
Los españoles estamos tan seguros de que nuestra cultura es despreciable y todas las demás son admirables, que somos capaces de tolerar cualquier afrenta en nuestra propia casa. Por eso nadie reacciona cuando centenares de salvajes asaltan nuestras fronteras cada día. Por eso no importa que cualquiera que llegue de fuera nos arrebate lo que es nuestro por derecho. Por eso estamos como estamos. Porque nos han hecho creer que tenemos la culpa de su miseria. Que tenemos la obligación de acogerles, porque nosotros lo tenemos todo y ellos no tienen nada. Aunque ya no quede ni para los nuestros, los recién llegados están antes que nuestra propia gente.
Aquí no llegan inmigrantes desnutridos. Ni los que saltan la valla, ni los que vienen en patera, ni los que llegan en avión. No vienen porque en su país pasen hambre. Vienen porque les damos casa, colegio y sanidad gratis. Y encima vienen exigiendo. Nuestras costumbres les molestan, deben desaparecer. Nuestra cultura es un recordatorio constante de todo lo que hemos sido capaces de hacer y de lo poco que han hecho ellos. Así que cuanto antes se nos olvide, mejor. No vaya a ser que un día volvamos a tener orgullo y se les acabe el chollo.


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